En la actualidad mucha gente admite con facilidad ante los demás que va al médico. Pero reconocer, en cambio, que se acude al psicólogo es algo no muy aceptado aún. Hasta hace poco, de forma general, se pensaba que “sólo los locos van al psicólogo”. Sin embargo, ir al psicólogo no es un sigo de debilidad o una “locura”, sino todo lo contrario, es una evidencia de fortaleza. Cuando buscamos ayuda psicológica, intentamos solucionar los problemas de forma valiente, directa y no los evitamos.
“La mayoría de las personas gastan más tiempo y energías en hablar de los problemas, que en solucionarlos” Henry Ford (1863-1947)
El psicólogo, para ayudar a la persona que tiene el problema, utilizará todo su conocimiento científico y profesional, tratará confidencialmente toda la información que recoja, elegirá las técnicas más adecuadas para poner solución a los problemas que le exponen, orientará y asesorará, con el fin de proporcionar a la persona con dificultades, los “recursos personales” adecuados para afrontar los problemas.
Pero hoy no voy a hablar de las características, digamos, “técnicas”, del trabajo del psicólogo, sino de su conducta respecto a ti.
¿Qué debes pedir a un psicólogo?
1.SABER ESCUCHAR. No que te oiga, sino que sientas que te escucha. Que ponga los cinco sentidos en lo que le estás contando.
2.SINCERIDAD. Debes percibir que lo que te está contando no es ningún “cuento” destinado a que te sientas mejor, sino algo que tiene, como profesional, la certeza de que es cierto.
3.CERCANÍA. El psicólogo no es tu amigo, pero eso no implica que sientas que eres importante para él y que tus problemas le importan. Es fundamental sentirse a gusto con tu psicólogo.
4.CONFIANZA. Es fundamental que el psicólogo te inspire confianza para poder hablar con el de todo lo que te preocupa.
5.SENTIDO DEL HUMOR. Al psicólogo no vas a pasarlo bien y a reírte, pero un poco de sentido del humor ayuda mucho a ver los problemas desde una óptica más relajada y para desdramatizar.
Si tu psicólogo no reúne estas características, no tengas problemas en cambiar de profesional.
Psico-Elx
jueves, 21 de agosto de 2014
viernes, 11 de abril de 2014
PROCESO DEL
DUELO
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Entendemos el
duelo como la experiencia subjetiva (cognitiva, conductual y emocional) que
emerge ante una pérdida personalmente significativa. En este concepto tiene
cabida cualquier tipo de pérdida, desde las materiales a las relacionales
(como la ruptura de una relación de pareja). En este texto vamos a centrar
nuestra atención en las pérdidas que concurren en el contexto de la muerte de
un ser querido, una experiencia universal en la que se desata una cascada
emocional intensa.
La muerte de un ser querido implica un
proceso de adaptación difícil. A lo largo de éste, aparece toda una
constelación de emociones que en todo caso deben considerarse normales y no
implican por sí mismas ninguna patología (tristeza, culpa, miedo, etc.). Sólo
en aquellos casos en los que los síntomas se prolongan largamente en el tiempo
o generan una descompensación muy importante, puede ser necesario articular un
tratamiento psicológico. Aún así, los criterios a partir de los que se
establece la naturaleza patológica de un proceso de duelo no están todavía
suficientemente consolidados, por lo que a menudo tal consideración depende de
la experiencia subjetiva del paciente. En todo caso, tal y como indican algunos
autores, las diferencias entre el duelo patológico y el normal son cuestión de
grado (no difieren cualitativamente, sino cuantitativamente).
En los esfuerzos por entender el duelo,
autores de reconocido prestigio como Kübler-Ross han propuesto modelos basados
en etapas que han trascendido los contextos académicos o profesionales, para
incardinarse en el acervo del conocimiento común. Se trata del famoso proceso
de duelo, cuyas fases son la negación (incapacidad para integrar la pérdida),
ira (sentimientos de rabia dirigidos a uno mismo, a la persona fallecida o a
otras personas), negociación (esfuerzos subjetivos por mediar en la realidad de
la pérdida), depresión (decaimiento emocional y tristeza) y aceptación (integración
de la pérdida en la narrativa de vida). Estudios empíricos sobre la cuestión
han puesto en entredicho la linealidad de este proceso, indicando además que no
todas las personas atraviesan las mismas etapas y que incluso es posible
retroceder a aquellas ya superadas con anterioridad. Otro problema asociado a
los modelos de etapas (entre los cuales el citado resulta paradigmático) es que
parecen sugerir implícitamente que el superviviente tiene una actitud pasiva
ante la pérdida, siendo simplemente una cuestión de tiempo la que conlleva la
progresión entre las distintas fases.
Así pues, quisiéramos proponer en este
texto un modelo basado en tareas, tal y como proponen autores recientes
(Worden, 2011). Se trata también de un proceso, como en los modelos de etapas,
pero requiere en el superviviente cierta proactividad (empoderamiento). En lo
sucesivo analizaremos cada una de las fases propuestas por este autor.
FASES DEL MODELO DE DUELO BASADO EN TAREAS
Aceptación de la pérdida
Cuando se produce una pérdida, es habitual
que la persona entre inmediatamente en un estado de shock. El shock es una
experiencia disociativa cuyo propósito es defender a la persona de las
consecuencias aversivas asociadas a cualquier hecho de naturaleza traumática.
El shock constituye un ejemplo claro de
negación de la experiencia. Es habitual que en los primeros momentos la persona
sea incapaz de reconocer que la muerte ha tenido lugar, llegando a comportarse
como si ésta en realidad no se hubiera producido. De este modo, algunas personas
continúan esperando durante cierto tiempo que el ser querido fallecido se ponga
en contacto con la familia o que vuelva a casa para ocuparse de aquellas tareas
que en vida le correspondieron. Algunas muertes (como aquellas que ocurren en
algún lugar distante respecto a los supervivientes, o que son inesperadas y
súbitas) son más difíciles de aceptar en un primer momento.
Es importante subrayar que toda muerte está
acompañada, en un primer momento, de cierta sensación de irrealidad. Esto se
debe a que el fallecimiento constituye una fractura severa de creencias
firmemente consolidadas sobre una vida perenne, cuyo fin no suele atisbarse en
lo cotidiano como una posibilidad real. Así pues, la experiencia no encaja con
facilidad en la dinámica habitual del pensamiento, y por tanto se mantiene
alejada de la corriente natural de éste, hasta que la persona es capaz de
integrar el hecho y empezar a experimentar las emociones asociadas (lo que
puede suponer una seria confrontación con los valores y los objetivos vitales).
No existe emoción sin enfrentamiento de la experiencia, por lo que no resulta
difícil explicar por qué ciertas personas parecen especialmente enteras justo
poco después de la muerte, para pasar a desmoronarse afectivamente en las
semanas/meses sucesivos.
Determinados actos rituales que se llevan a
cabo en nuestra sociedad pueden facilitar la integración de la pérdida. Los
funerales (por citar un ejemplo evidente) suponen la despedida socialmente
pautada del difunto y el espacio en el que se reúnen los seres queridos del
mismo para compartir su experiencia. Tener la oportunidad de ver el cuerpo del
difunto y compartir quizá unas últimas palabras puede proporcionar alivio a
muchas personas en esta fase del duelo (y resolver, paralelamente, la dificultad
para aceptar la experiencia de pérdida). También supone un contexto en el que
hay cabida para la expresión de las emociones asociadas a la pérdida (expresión
que, ciertamente, con el paso del tiempo puede llegar a inhibirse en el caso de
que otros supervivientes no toleren la emergencia emocional que lleva
implícita). Parece que una ventaja de acudir al funeral es la facilitación del
proceso de aceptación, y ésta podría ser quizá la meta con la que fueron
originalmente ideados en tiempos remotos.
Empezar a hablar en pasado sobre la persona
fallecida es una señal importante de haber asumido la pérdida. Como elemento
terapéutico relevante, es importante que quien esté acompañando a una persona
en las primeras fases del duelo se comunique con ella de un modo asertivo (con
sensibilidad, respeto y aceptación incondicional), tratando de comunicar
abiertamente la realidad del deceso. Quien lleve a cabo esta tarea, debe ser
capaz de asumir reacciones difíciles en el superviviente, lo que no constituye
una labor sencilla.
Sólo con la aceptación del hecho, puede
tener inicio la gestión de la experiencia emocional. Este paso (la gestión) es
quizá la tarea de duelo más cargada de connotaciones afectivas, y también la
que puede generar mayores dificultades. A continuación abordamos esta fase y
sus características principales.
Gestión de la experiencia emocional
Una vez asumida la realidad de la pérdida,
el superviviente debe afrontar las emociones que se asocian a ella. Es
frecuente que en estos momentos, la intensa emergencia de síntomas de tristeza
o culpa propicie que los equipos sanitarios administren tratamiento
farmacológico para proporcionar alivio, aunque esto no siempre es necesario y
en todo caso va a requerir una precisa evaluación clínica.
Las emociones que acompañan al duelo son
intensas, pero se consideran parte natural de un proceso a través del cual la
persona ha de esforzarse por vivir una vida en la que el ser amado ya no está
(tanto físicamente como simbólicamente). Así, aparecen emociones de tristeza e
incapacidad para experimentar placer (anhedonia), culpa (tanto hacia la persona
fallecida como hacia el superviviente o hacia Dios), miedo (especialmente en
niños que han perdido a sus padres y experimentan sensación de desamparo),
inseguridad (para asumir el rol que ocupaba antes la persona fallecida), etc.
También hay casos en los que el
superviviente refiere un enorme malestar debido a que, con la muerte del ser
querido, está experimentando emociones que considera inadecuadas. Es el caso de
aquellas personas que dicen sentir alivio una vez producida la defunción. Suele
ocurrir en aquellos casos en los que la muerte ha estado precedida por una
enfermedad larga y dolorosa. Además, la patología crónica/grave facilita en
quienes acompañan al enfermo una anticipación del duelo, por lo que las
emociones pueden ser menos intensas de lo que algunas personas del entorno
consideran adecuadas. Así pues, puede suceder que las críticas de los demás (o
bien la propia revisión de los sentimientos atenuados) hagan propicia la
aparición de la culpa.
Existen también procesos de duelo que la
persona se ve obligada a superar en silencio. Se trata de esos casos en los que
se produce una muerte de la que no se “debería” hablar, por generar polémica o
vergüenza en el seno familiar. Son ejemplos de este tipo de muerte los
suicidios (que a menudo conducen a un duelo patológico), los abortos o la
pérdida de un amante al margen de las relaciones matrimoniales (relación
prohibida). Estas pérdidas pueden requerir una intervención especializada, para
que la persona encuentre el contexto adecuado en el que ventilar su experiencia
emocional.
Algunas estrategias efectivas para aliviar
las emociones asociadas al duelo son la escritura emocional (redacción de una
carta dirigida al difunto en el que se expresan los sentimientos), o facilitar
la comunicación simbólica con el fallecido a través de la técnica de la silla
vacía (colocar dos sillas, una frente a la otra, que la persona habrá de
utilizar alternativamente para representar los papeles de sí mismo y de su ser
amado en una conversación donde se traten asuntos personalmente relevantes). En
todo caso, propiciar la creación de un ambiente en el que se pueda hablar con
seguridad sobre el fallecido es muy importante. Quien se comunique con una persona
en este momento de su proceso de duelo debe mantener un tacto extremo, y saber
tolerar las experiencias emocionales difíciles en los demás.
La confrontación de las emociones, y su
progresiva aceptación conduce al superviviente a la asunción de nuevos retos.
Entre ellos, muy especialmente, al de realizar cambios (si fuera necesario)
dirigidos a atender las responsabilidades que correspondían a la persona
fallecida (financieras, familiares, etc.). A ello dedicaremos las próximas
líneas.
Adaptación a la vida cotidiana
Con la pérdida del ser querido, muchas de
las funciones que éste cubría quedan inacabadas o no hay otra persona en la red
social que cuente con las habilidades necesarias para realizarlas. Esto puede
conllevar multitud de desajustes familiares (económicos, interpersonales o de
otra índole), especialmente cuando durante la fase de mayor intensidad
emocional tuvo lugar una dejación de funciones (en el caso de personas con
cargas familiares importantes). Algunas personas también sienten estar comportándose
como intrusos o faltando al respeto al familiar fallecido cuando se ocupan de
las tareas que le correspondían durante su vida.
Cuando la persona fallecida asumía un rol
central en el funcionamiento de la familia, su muerte puede generar una fuerte
desestructuración de los cimientos interpersonales que mantienen al grupo
unido. Así, es frecuente que en estos casos aparezcan conflictos familiares
serios debido a la ausencia de una pieza clave en la mediación de los problemas
relacionales. Estos hechos suponen un factor estresante añadido al dolor de la
propia muerte, y en ciertos casos puede generar regresiones a fases anteriores
en el proceso de duelo (emergencia de emociones intensas). Es necesario
recordar que el dolor emocional puede avivar viejas heridas, despertando
conflictos del pasado o haciéndonos revivir experiencias dolorosas que ya
creíamos superadas. Es lo que ocurre en el caso de un duelo que, por su
intensidad, nos hace recordar otros duelos que ocurrieron muchos años atrás.
También la experiencia de duelos múltiples (los que ocurren de forma sucesiva
en un periodo relativamente breve de tiempo) puede propiciar la
re-experimentación de viejas situaciones de este tipo.
En todo caso, más allá de los correlatos
emocionales que concurran en este momento del proceso de duelo, el aprendizaje
de nuevas funciones supone una considerable oportunidad de desarrollo personal.
Es cierto, también, que en determinadas circunstancias la asunción de nuevos
roles/actividades puede generar una notable sobrecarga de trabajo (lo que
conduzca inevitablemente a síntomas propios del burnout). Así, puede ser
necesario ayudar al super-viviente a organizar el volumen de trabajo resultante
en el seno familiar para evitar conflictos innecesarios. Ayudar a la persona a
desarrollar una comunicación asertiva con los demás, a reforzar sus habilidades
sociales o a aprender nuevos roles también pueden ser estrategias terapéuticas
adecuadas para quienes acompañan a alguien en este momento del proceso de
duelo.
La gestión de la experiencia emocional y el
aprendizaje de nuevos roles suponen, por tanto, un paso ineludible para la
elaboración del duelo. Seguidamente exponemos la última de las tareas señaladas
por el modelo de Worden.
Integración del fallecido en la vida del
superviviente
Aunque la muerte trae consigo un dolor
inherente, la elaboración de la pérdida puede generar un importante crecimiento
personal. Podría decirse que el fin último de la experiencia de duelo es, en
realidad, ser capaz de recordar a la persona fallecida sin experimentar un
dolor insuperable o sin que emerjan emociones difíciles e invalidantes.
Es esencial para toda persona que pierde a
un ser querido llegar a integrar las vivencias con él en un recuerdo alegre y
vital, asociado a las emociones positivas que se derivan de haber compartido
muchas experiencias comunes. Se trata de dotar de sentido a la existencia de la
persona fallecida y encontrar para ella un lugar permanente a lo largo del
transcurso de la propia vida, de forma que el dolor deje paso al desarrollo de
emociones positivas (así como la posibilidad de continuar con los proyectos
existenciales que hubieran podido verse alterados durante la resolución del
duelo).
La resolución del duelo supone la
aceptación definitiva de la pérdida, pero ello no es óbice para que
determinadas situaciones (aniversarios de la pérdida u otras fechas
significativas) puedan provocar cierta melancolía o nostalgia. Es éste un
fenómeno habitual y totalmente saludable, que puede persistir mucho tiempo
después del fallecimiento y que no constituye por sí mismo un motivo de
atención clínica. Rodearse de personas por las que se siente aprecio y que
preferiblemente conocieran a la persona ausente, con el objetivo de compartir
espacios en los que hablar sobre ella, puede dar el apoyo necesario para
superar con éxito estas pequeñas crisis.
CIRCUNSTANCIAS ESPECIALES DEL DUELO
Cada duelo es
diferente. Podría decirse que es absurdo hablar de experiencias comunes en el
duelo, puesto que éstas van a depender estrechamente de las características de
la persona que lo sufre. Aún así, cabe mencionar que determinadas
circunstancias pueden dificultar notablemente la experiencia de duelo
(suicidio, niños pequeños, viudedad, pérdida del vínculo con una persona con la
que se mantenía una relación prohibida socialmente, problemática o ambivalente,
etc.). Reservamos una reflexión sobre estas cuestiones para futuras
actualizaciones del blog, puesto que exponerlas aquí excedería nuestros
propósitos.
Publicado por IVAPSAN
viernes, 28 de marzo de 2014
CUENTO: LA LECCIÓN DE LA MARIPOSA
LA LECCIÓN DE LA MARIPOSA
Anónimo
Un hombre encontró el capullo de una mariposa. Un día, apareció en él una pequeña abertura. El hombre se sentó y observó durante varias horas cómo la mariposa luchaba, esforzándose para poder pasar a través de ese pequeño agujerito.
El hombre pensó que no progresaba, que la mariposa había llegado al límite de sus posibilidades y que no podía seguir avanzando; entonces, decidió ayudarla.
Tomó una tijera y cortó el pedacito restante del capullo.
La mariposa, entonces, salió muy fácilmente. Pero tenía el cuerpo hinchado y las alas pequeñas y arrugadas. El hombre siguió observando a la mariposa, esperando que, en cualquier momento, las alas pudieran agrandarse y expandirse para poder soportar el cuerpo que, de un momento a otro se contraería.
Pero esto no sucedió; la mariposa pasó el resto de su corta vida arrastrándose con el cuerpo hinchado y las alas encogidas, y nunca llegó a volar.
El hombre no había comprendido, en su buena intención y apuro por ayudar, que el obstáculo del capullo y la lucha necesaria para que la mariposa pudiera pasar por la diminuta abertura , era el modo en que la naturaleza obligaba a que el fluído del cuerpo de la mariposa llegara hasta sus alas para que estuviera en condiciones de volar, una vez liberada del capullo.
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